lunes, 29 de marzo de 2010

Alberto Flores Galindo, in memoriam


La República
Dom, 28/03/2010
Por Rocío Silva Santisteban

A diferencia de muchos que participan de homenajes por los veinte años de la desaparición física de Alberto Flores Galindo yo nunca lo conocí. Jamás fui su alumna. Nunca lo vi, ni le estreché la mano, ni siquiera sé cómo era el timbre de su voz. Supe de él como ahora saben de él los alumnos universitarios, algunos escolares, y muchos investigadores: por sus escritos. La palabra es, finalmente, esa herramienta tecnológica que nos permite entrar en comunicación con aquellos que nos han precedido y que no conocemos: con las huellas de sus pensamientos, con sus ideas poderosas, con sus polémicas internas, pero sobre todo, con ese rasgo de humanidad que finalmente el lenguaje escrito también trasunta. ¿Uno puede ser amigo de un muerto? Sin duda alguna: amigo entrañable, querido, íntimo.

Alberto Flores Galindo (1949-1990) murió demasiado temprano: a comienzos de una década que para el Perú fue infame, apenas iniciados sus cuarenta años. Paradójicamente, de un cáncer al cerebro, precisamente ese órgano del cuerpo que sabía utilizar de manera destacada, sobre todo, para plantearse soluciones creativas y para tercamente “reencontrar la dimensión utópica”. ¿Por qué Flores Galindo fue un historiador e intelectual de izquierda tan importante? En primer lugar: porque era un investigador muy solvente, preciso, y sobre todo, creativo que supo mirar más allá de los documentos, ser ambicioso, y mantener sus investigaciones aunque parecieran desmesuradas. En segundo lugar: porque asumió, junto con otros de su generación, la necesidad de un compromiso político pleno e, incluso, con errores y arrepentimientos, una militancia activa.

Si, como dice Cecilia Rivera, su viuda, en el prólogo de las Cartas de Francia, “Tito” decidió en París dejar una militancia esquemática por la opción amplia del conocimiento; en su última carta, aquella escrita desde su enfermedad pero con la lucidez que dan las alas de la muerte, pudo insistir para que las nuevas generaciones, a partir de inesperadas formas de militancia, renueven el socialismo y el pensamiento de izquierda con capacidades diferenciales, heterogéneas, inéditas, creativas e imaginativas: “Hemos sido una intelectualidad muy numerosa, pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la posibilidad de un marxismo nuevo. Intelectuales y políticos ignoran el pasado, la historia, lo que han sido. Demasiado modernos. Incapaces de elaborar un proyecto. Insisto que mientras en muchos otros países latinoamericanos el socialismo ha sido destruido, aquí sigue vigente. Todavía. A pesar de estar arrinconado…”

En las 17 cartas que acaba de publicar Manuel Burga, su coautor y amigo de destierros y estudios, Flores Galindo nos muestra la tenacidad de un joven becario, de 23 a 24 años, que lucha contra el desánimo del desarraigo, que goza con los espacios distintivos de un París recién reventado de Mayo del 68 y con las clases de profesores de la talla de Vilar, Braudel, entre otros, pero sobre todo, de un lúcido “comedor de libros”, que reseña, comenta, califica y a veces, descalifica, con pasión y entrega. A su vez, estas cartas nos revelan a un hombre que se debatía entre el miedo de regresar al Perú, un país siempre difícil para los intelectuales, y la impostergable necesidad de hacerlo: regresar para zambullirse en los archivos del Cusco para terminar su tesis sobre Túpac Amaru. Este es el joven Flores Galindo, pero no deja de vincularse con el “maduro” Flores Galindo de su famosa “última carta” en la que nos pide a todos, los que venimos detrás o junto a él, que no cesemos en la lucha por una sociedad más equitativa: “Hay que discutir el poder […] dónde está el poder, quiénes lo tienen y como llegar a él. Cuestionar el discurso liberal. Los jóvenes lo pueden hacer. Muchos somos viejos prematuros […] Pero el socialismo –insisto– exigirá para el futuro un cambio radical en el discurso. Revolución no es sinónimo solo de violencia. Hace falta proponer una nueva sociedad alternativa”.

jueves, 18 de marzo de 2010

ABIMAEL GUZMÁN Y LA GENERACIÓN HUATICA


domingo 22 de noviembre de 2009


Extraído del blog Échale Caliche al Chancho
Gregorio Martínez

No me consta que Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, haya sido, alguna vez, allá por los años 50, caserito de Huatica, el famoso lupanar variopinto que extendía el vicio de la carne por toda una calle del distrito de La Victoria, rumbo que el inca Manco Capac señalaba con el dedo desde su pedestal de hormigón ubicado, entonces, en la avenida Grau. Esa brújula digital había guiado, antes, al huatiquero Marco Aurelio Denegri según propia confesión.

Pero en aquellos años del florecer de Huatica, que había nacido diverso en 1928, cuando murió la flor de Palais Concert, Abimael Guzmán ya era un sujeto hecho y derecho, a la par con Huatica en el renglón de los años y, posiblemente, con grado académico otorgado summa cum laude por la Universidad San Agustín de Arequipa.

Vale señalar, aquí, que los extremos del Perú, el norte y el sur, Piura, Arequipa, Cusco, Puno, tienen una tradición comunista que antecede a Lima, desde mucho antes que el marxismo arraigara en América, fertilizado por el triunfo de la revolución bolchevique. Luciano Castillo e Hildebrando Castro Pozo forjaron en Piura una organización socialista que la consigna de la URSS satanizó siempre.

Sabemos bien que Sergio Caller organizó la primera célula comunista en el Cusco, cuando aun no existía el Partido Comunista fundado por José Carlos Mariátegui. Más todavía, Juan Bustamante, el Inca, que se levantó en Huancané en 1863, antes de la Comuna de París, fue un comunista convicto, aunque FLACSO lo niegue, y estuvo en Europa en la revolución de 1848. Y el misterioso Bauman de Metz que atizó el levantamiento de los comuneros de Chalaco, Piura, en 1882, fue un personaje histórico. Su tumba está en el Cementerio de Bellavista, tal como lo documenta la novela La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez.

Ahora que Abimael Guzmán ha publicado De puño y letra, al instante se me viene a la mente que el autoproclamado Presidente Gonzalo también pertenece a la Generación Huatica, denominada comúnmente Generación del 50, apelativo que ya se usaba en Chile para referirse a la hornada de Enrique Lihn, Jorge Edwards, José Donoso, Jorge Teillier.

Prefiero la etiqueta Generación Huatica porque esta incluye ciertos autores que permanecen en el limbo. Por ejemplo, Antonio Gálvez Ronceros, Edgardo Rivera Martínez, Antonio Cornejo Polar, Carlos Meneses, Guillermo Thorndike, Oswaldo Reynoso, José Hidalgo, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce, excluidos de la Generación del 50 y que tampoco pertenecen a la Generación del 60. Huatica, con la Pies Dorados de Vargas Llosa y la odalisca Estrella de Julio Ramón Ribeyro, recibiría con agrado a los autores condenados al limbo.

Tenemos que señalar de modo meridiano, con una clavazón de lado a lado, que Abimael Guzmán posee el incuestionable derecho de expresar sus opiniones, no importa que estas sean esquemáticas o sangrientas, traducciones pedestres de las tesis maoístas. Igual puede divulgarlas a los cuatro vientos para festín de embusteros que se dicen senderistas, como el hampón Luis Arce que asaltó El Diario de Marka.

Lo del título, De puño y letra, me parece el parche antes de que salga el chupo. ¿Qué puño y qué letra? Cuño será o, mejor, coño. Sí, actualmente abrigo dudas en cuanto al rigor intelectual de Abimael Guzmán. ¿Dónde está el gran ideólogo y polemista que apabullaba a cada quien en la Universidad de Huamanga? Reconozco que muchos le hicimos el juego. Aun gente lúcida como Alfredo Torero.

Por otro lado, parece evidente que en los tiempos de Huatica, todavía Abimael Guzmán no conocía al cuentista Julio Ramón Ribeyro que, luego, trabajó una temporada en la Universidad de Ayacucho. Tampoco al poeta Paco Bendezú. Ni siquiera al aeda Javier Sologuren, el único que tenía el secreto para conseguir dos viajes por tarifa y media, en Huatica o en cualquier casa de cita de media mampara.

Menos aun Abimael Guzmán había tenido trato alguno con Pablo Macera, con Alejandro Romualdo, con Manuel Scorza. No sabía quién era Julio Cotler, Pablo Guevara, Eleodoro Vargas Vicuña. Desconocía a las feroces dirigentes estudiantiles, a Lea Barba, la Aída de Conversación en la Catedral, a Nícida Coronado, la Tamara Fiol de la novela del mismo nombre, a Esperanza Ruiz, el amor imposible de Carlos Eduardo Zavaleta en esos lejanos años de mambo y chachachá.

El hecho verídico es que el autoproclamado Presidente Gonzalo, aunque marginal, pertenece estrictamente a la hornada de autores cuyo historial revisa Miguel Gutiérrez en el libro La generación del 50: Un mundo dividido. Si dicha hornada se denominara Generación Huatica, la del 60 sería Generación México. Mientras, los poetas y narradores del 70 quedarían bajo el letrero: Generación Trocadero. Después llego el sida, aniquiló a Rock Hudson y al guapísimo Bruce Chatwin, y se acabó la fiesta. No más generaciones con etiqueta de chongo.

(1). Publicada en PRIETO, Roberto, Guía Secreta, barrios rojos y casas de prostitución en la historia de Lima, Ed. Supergráfica, 2009.

Perú 21
4-11-09

domingo, 14 de marzo de 2010

Alberto Flores Galindo: la historia, la política y el socialismo

Original en CiberAyllu
6 de mayo de 2007
Por Ricardo Portocarrero Grados

Hace poco más de 17 años, el 26 de marzo de 1990, falleció Alberto Flores Galindo. Ha pasado casi una generación desde entonces y los jóvenes de hoy prácticamente lo desconocen. Más aún en el contexto de la realidad de nuestro país donde, entre otras cosas, no se lee. Producir, debatir, divulgar es una tarea que llega a unos cuantos privilegiados o a círculos muy estrechos. Ello también se refleja en que, para los que no leen, las formas orales (conferencias, mesas redondas) no están a su alcance por su alto nivel de especialización. Por la falta de acercamiento entre el mundo de la producción intelectual y la mayoría de las personas, especialmente los jóvenes.

Habría mucho que decir sobre su vida y su obra, sobre la cual todavía no se ha escrito lo suficiente. Sin arriesgarse a realizar un estudio integral, las notas de este breve comentario deberán tomarse todavía como provisionales.

Quizá la primera cosa obvia que habría que señalar es quién era Alberto Flores Galindo. Nacido en el puerto del Callao el 28 de mayo de 1949, hijo de padres de clase media, realizó sus estudios en el Colegio La Salle y luego Historia en la Universidad Católica. Más tarde, obtuvo su doctorado en la Ecole Pratique des Hautes Etudes de París, donde estudió con los más importantes historiadores franceses de entonces, como Fernand Braudel y Pierre Vilar, así como el italiano Ruggiero Romano, gracias a una beca del gobierno francés. Al volver al Perú no sólo de dedicó a la docencia e investigación universitaria en la Universidad Católica, sino que además practicó el periodismo a través de diversos diarios y revistas. La mayoría de ellas fueron de gran importancia en las décadas de 1970 y 1980 (La Jornada, El Caballo Rojo, 30 días, Amauta, Cambio).

Integrante de la denominada generación del 68 (entre el Mayo Francés y el golpe de Estado del general Juan Velasco Alvarado), fue lo que antes se denominaba un intelectual comprometido. Este concepto planteado por Sartre, —y que tuvo gran auge en América Latina entre los años 60 y 80—, hace alusión a un intelectual relacionado con los problemas de su tiempo, solidario con las clases trabajadoras y apostando por un cambio radical de la sociedad contemporánea. En el caso de Flores Galindo ese compromiso era con el socialismo. En ese sentido, supo combinar calidad académica, compromiso social y activismo político, que no siempre se llevan bien. Existen muchos casos en que estos tres aspectos no logran combinarse, pero en este caso, los logros eran muy buenos.

A lo largo de su vida escribió mucho. Sus obras completas, editadas por Maruja Martínez y Cecilia Rivera, ya van por el quinto volumen, la mayoría de los cuales están dedicados a sus libros. Queda pendiente la mayor parte de sus artículos, dispersos en revistas y periódicos. Como en la mayoría de los casos, esta tarea no cuenta con el apoyo estatal. En ellos podemos encontrar sus diversos aportes como historiador a la historiografía peruana, imposible de resumir en este breve texto. Desde el estudio de los hombres concretos que hacen la historia (el obrero de las minas de Cerro de Pasco; el campesinado andino desde el período colonial hasta nuestros días), hasta el socialismo como proyecto político (Mariátegui), la utopía andina, Arguedas, entre otros temas.

Alguna vez me preguntaron en una conferencia que si tuviera que recomendar un libro de Alberto Flores Galindo, ¿cuál sería? La pregunta me tomó desprevenido. En general, este tipo de preguntas la realizan jóvenes que están en búsqueda de referentes para los objetivos que se proponen en la vida. Por ello respondí que, en mi opinión, ello dependería de qué buscaba. Si buscaba un referente de interpretación del Perú a través de nuestra historia y nuestra cultura, propondría sin duda alguna Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes, libro con el cual ganó en 1986 el Premio de Ensayo de Casa de las Américas. Allí Flores Galindo nos propone la Utopía Andina como el derrotero histórico de la resistencia de una cultura. Es un libro revelador, que nos abre a una nueva visión de los Andes y del campesinado, que contrasta con las visiones contemporáneas realizadas por María Rostworowsky o Franklin Pease. Y a pesar de ser una propuesta que tiene sus vacíos y contradicciones, es mucho más original a una visión de lo andino sin fisuras ni contradicciones, evolucionando hacia su lenta disolución en la denominada «cultura occidental».

Pero si buscaba un referente del quehacer del historiador, no dudaría un instante en Aristocracia y Plebe. Lima, 1760-1830. Estructura de Clases y Sociedad Colonial, basado en su tesis doctoral, publicada en 1984. Libro polémico, interpreta la situación de la sociedad peruana en las décadas finales de la colonia y en el proceso de la independencia. Pero va más allá: busca interpretar las razones de la resistencia al cambio de la sociedad peruana en momentos de crisis sistémicas.

Finalmente, si buscaba un referente sobre la política y el socialismo, imprescindible, La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern, publicado en 1980, cuya visión es atrayente porque estaba acorde con una crítica contra el dogmatismo y una apuesta por un marxismo abierto y creador. Este libro conmocionó a la izquierda de la época al cuestionar la versión oficial de sus orígenes y de las razones de su endémica enfermedad: su incapacidad para empatar con el país y formular un proyecto socialista basado en un proyecto radical de transformación social. Radical en el sentido de enfrentar los problemas de fondo del país, no del uso atávico de la denominada violencia revolucionaria. Crítica caída en el olvido que ha motivado la permanencia en los estrechos círculos políticos e intelectuales, de esa visión canónica sobre la izquierda y el socialismo en el Perú.

Si bien la calidad de su obra se expresa en un estimulante ejercicio de pensamiento crítico que combina la rigurosidad académica y un depurado estilo literario, su calidad se percibe, sobre todo, en su capacidad para generar debate y polémica: una obra capaz de abrir nuevos derroteros e incapaz de pasar desapercibida. Es por ello que su influencia, pese a sus críticos, tanto los que le recriminaban su adhesión socialista en momentos en que había dejado de estar de moda o su supuesto romanticismo por su defensa del mundo andino y campesino, sigue teniendo una fuerza inusitada. Sus críticos podrán señalar y encontrar contradicciones teóricas, análisis incompletos y actitudes políticas idealistas, pero no se podrá negar que en su momento alcanzó un alto grado de presencia intelectual y política que pocos han logrado en el Perú.

Como decíamos, ello en parte se explica por su depurado estilo literario, sencillo y directo. Aunque su erudición saltaba a la vista, su lenguaje no era rebuscado ni difícil, ni mellaba su nivel académico. A ello también contribuía su carácter polémico: escribía sin eufemismos sobre temas controvertidos de historia o de política nacional señalando una posición clara, sin ocultar sus opciones políticas o sociales. Tampoco realizaba una separación entre el conocimiento académico y el sentido común. Muchos de sus artículos periodísticos, orientados a un público amplio y popular, son versiones abreviadas o extractos de artículos en revistas especializadas e inclusive avances de sus investigaciones, que consideraba pertinente divulgar. Ese afán de divulgación se manifestaba también en su presencia en conferencias y mesas de debate en las cuales participaba regularmente dirigidos a un público popular.

Su dedicación a la investigación histórica no estuvo exenta de sus op­ciones políticas y sociales. Su interés por la obra de Mariátegui, la utopía andina y los sujetos históricos de transformación social pueden ser entendidos dentro de con­textos muy claros: el debate sobre la obra de Mariátegui y el surgimiento del Mariateguismo; sobre el futuro del mundo andino y campesino frente al proceso de modernización pro­ductiva y de las relaciones sociales en el campo; la violen­cia política en sus diversas manifestaciones; el surgimiento de la nueva derecha bajo las banderas del liberalismo. Su obra es amplia y prolífica. A través de ella es posible de rastrear los debates, problemas, proyectos y hechos políticos que estuvieron presentes durante las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado.

En ese sentido, habría que señalar que Flores Galindo defendió tercas apuestas que hoy parecen desvanecidas en el horizonte: la vida, el mundo andino y campesino, la historia, y, sobre todo, un socialismo verdaderamente revolucionario y creador. A pesar de la crisis por la que atravesaba el socialismo en los últimos años de su vida (crisis que persiste hoy en día), y frente a los desafíos de las transformaciones del mundo contemporáneo, no dejó su filiación y su fe. Sus escritos manifiestan sus apuestas, ya que no era un escritor aséptico. Combinaba el análisis riguroso con las apuestas políticas y sociales. Y esto era posible por su creencia en la posibilidad de construir nuestro propio futuro aún en contra de supuestas tendencias históricas frente a las cuales no es posible luchar. Defendía «la terca apuesta por el sí», al que hacía referencia al escribir sobre la obra de Jorge Basadre.

Con esto no quiero dejar la impresión de que con su muerte se cerró un ciclo de nuestra historia. De más está decir, por evidente, que no ha visto los cambios producidos en los quinquenios que nos separan de él. Pero frente a la situación peruana y mundial actual, su «terca apuesta por el sí» y su optimismo frente al futuro pueden servirnos de referente para enfrentar los retos de hoy. Nada más alejado de nuestra intención el contribuir a convertirlo en un icono contracultural, aunque algunos ya lo han incorporado al «Politburó de la Contracultura» al lado de Mariátegui, Vallejo, Arguedas, autores a los cuales pocos han leído. Otra cosa es que se conviertan en referentes para nuestros propios aprendizajes y nuestras propias apuestas. No venerarlos, sino leerlos, estudiarlos, superarlos. Flores Galindo no era perfecto y no debemos convertirlo en un icono vacío, ni en un héroe moderno.

En su Carta de Despedida (mal llamada Testamento Político), escribió: «No creo que haya que entusiasmar a los jóvenes con lo que ha sido nuestra generación. Todo lo contrario. Tal vez exagero. Pero el pensamiento crítico debe ejercerse sobre nosotros. Creo que algunos jóvenes, de cierta clase media, tienen un excesivo respeto por nosotros. No me excluyo de estas críticas; todo lo contrario. Ha ocurrido sin discutirse, pensarse y, menos, interrogarse. Espero que los jóvenes recuperen la capacidad de indignación».

Flores Galindo nos hizo este reclamo. Y es nece­sario recordarlo para no hacer con su obra, lo que se hizo con Mariátegui: aislarlo de su contexto histórico, separarlo de una generación de intelectuales comprometidos con el so­cialismo. Evitemos la mitificación y el crear otro «pensamiento guía».

Cabe resaltar, por ello, que su contribución intelectual y política no es un caso aislado. Fue el resultado de una época y de un contexto, de experiencias compartidas con otros que también se plantearon estudiar y debatir los problemas nacionales a partir de las ciencias sociales y la política. Y es que los temas e intereses de estudio de los intelectuales no están al margen del momento inmediato que les toca vivir. Y el caso de los miembros de la generación del 68, no fue la excepción. Ciertos temas, como el estudio del campesinado y de los regímenes de propiedad en el campo, sólo son entendibles al haberse planteado en el contexto de la reforma agraria bajo el régimen del general Juan Velasco Alvarado.

En un homenaje reciente, un joven del público preguntaba a los ponentes que había pasado con los miembros de la generación del 68, de la cual Flores Galindo formaba parte. Esta pregunta se realizó en relación a la vigencia del pensamiento crítico en el Perú de hoy, de los continuadores de esta tradición política e intelectual. Dicha pregunta me dejó reflexionando cómo todavía, aún entre los sectores jóvenes más comprometidos, existe una necesidad de encontrar un guía o una ruta prefigurada de antemano. Y la generación del 68, casi tres décadas después, no es que haya perdido vigencia: es que no hemos forjado una nueva generación que tome la posta y asuma el reto de transformar el mundo de hoy: no reclamar a los que ya nos cedieron el paso, sino hacer nuestro propio camino recogiendo los mejores aportes de la generación anterior.

Como escribió: «El socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiado acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica».

Como pocos, Flores Galindo comprendió la reacción liberal que se avecinaba. Estudió el pensamiento conservador peruano desde sus orígenes hasta sus actuales representantes. Protestó contra la política represiva del Estado que afectaba fundamentalmente a la población civil, sobre todo campesina. Deslindó claramente con la violencia implementada por Sendero Luminoso en contra del movimiento obrero y popular, desenmascarando su carácter autoritario y regresivo. Propugnó un socialismo creativo y revolucionario enraizado en lo mejor de la tradición andina, la cual no consideraba condenada a ser absorbida por una modernidad dependiente de los centros de poder político mundiales.

Hoy, 17 años después, todos estos temas siguen siendo parte de una agenda todavía vigente. La necesidad de un pensamiento crítico que ponga en cuestión esta hegemonía en los diversos campos de la actividad humana, se hace indispensable. Pero ello no será posible si seguimos viviendo de los recuerdos de un pasado idealizado. Debemos apostar por el futuro de manera creativa, abierta y optimista. Ese era el sentido de su frase «Reencontremos la dimensión utópica»: una apuesta por el futuro, no por el pasado.

lunes, 1 de marzo de 2010

Ernest Hemingway: LAS CAMPANAS DOBLAN POR TI

Extraido de La jiribilla

El escritor deseaba verlo todo, oírlo todo, conocerlo todo, con una concepción que marcaría toda su obra: observar de cerca los acontecimientos o vivirlos intensamente, para con esa experiencia vital construir una nueva realidad literaria.

Enrique Cirules
La Habana

A finales de febrero de 1937, enviado por la North American Newspaper Alliance, Ernest Hemingway (Oak Park, Chicago, 1899-1961) viaja a España como corresponsal de guerra; y entre marzo de 1937 y septiembre de 1938, se hace presente en los parajes donde los republi-canos españoles y el fascismo internacional sostenían encarnizados combates.

El escritor deseaba verlo todo, oírlo todo, conocerlo todo, con una concepción que marcaría toda su obra: observar de cerca los acontecimientos o vivirlos intensamente, para con esa experiencia vital construir una nueva realidad literaria.

Con una chaqueta de gamuza, grandes botas, boina vasca, espejuelos redondos; algunas cebollas en los bolsillos y una vieja cantimplora llena de cogñac, Hemingway se dedicó a escribir crónicas y reportajes, unas veces como periodista, y en otras ocasiones deslizándose en las trincheras como un simple soldado o instructor de milicias; contribuyendo a filmar documentales sobre la guerra; regresando a América para ofrecer discursos y promover la ayuda para la causa republicana; y regresar de inmediato a España, con el ánimo de hacer nuevos amigos en el frente, y compartir los peligros con los combatientes republicanos, y con las numerosas personalidades de la cultura mundial que estaban acudiendo por entonces a la península Ibérica; y desde una habitación del hotel Florida, en el centro de Madrid, desafiar el constante cañoneo y asedio sobre la ciudad; y como si fuera poco, enamorarse de nuevo, esta vez de una escritora: Martha Gellhorn.

Lo cierto es que para finales de octubre de 1938 Hemingway se encuentra instalado de nuevo en la habitación 525 del Ambos Mundos, en La Habana Vieja; viaja a Key West, y rompe sus relaciones con Pauline Pfeiffer; y con su yate Pilar, organiza un magistral repliegue hacia la fabulosa Habana.

Está por comenzar a escribir uno de los textos más polémicos de la época; y al mismo tiempo, la mejor novela que hasta hoy se conoce sobre la Guerra Civil Española.

Habría que imaginar a Hemingway en esa habitación nordeste, su preferida; en el quinto piso del hotel Ambos Mundos; habitación de cuatro por cinco metros, con una cama matrimonial y una mesa, y su máquina de escribir, iniciando su trabajo con las luces del alba, sudando, creando, fatigándose en la escritura de aquel complicado proyecto, hasta más allá del mediodía; pero sobre todo, con una encantadora muchacha dentro de aquella habitación, a la espera de que el escritor concluyera con su faena diaria.

Roto su matrimonio con Pauline Pfaiffer, y rotos también los intensos amores que había sostenido con la imprevisible Jane Mason, traía hacia los esplendores de La Habana a la encantadora Martha Gellhorn.

Se sabe que en esas circunstancias, en el hotel Ambos Mundos, escribió la primera versión de Por quién doblan las campanas. Luego, gracias al olfato que poseía Martha Gellhorn –quien se convirtió en su tercera esposa-, surgió la opción de Finca Vigía, en las colinas de San Francisco de Paula, a quince kilómetros de la capital, donde Hemingway, en quince meses de intenso trabajo, en julio de 1940, concluyó la revisión final de la novela.

Después de diez años de contactos con la cultura cubana, y de haber estado escribiendo en cuartos de hoteles, mesas de bares, tabernas y hostales, Ernest Hemingway echaba su anclaje definitivo en Finca Vigía.

For Whom the Bells Tolls, Charles Scribner´s, Nueva York, comenzó a circular el 21 de octubre de 1940. Novela destinada a alcanzar con rapidez un gran éxito; mítica historia de amor y de guerra que recorrió el mundo; y cuya primera edición estuvo a cargo de su amigo Max Perkins.

Por quién doblan las campanas transcurre alrededor de la voladura de un puente, acción que debe de impedir el avance de las tropas fascistas... Y donde el personaje central, Robert Jordan (el alter ego del escritor), se enamora de una muchacha española, de María; y es conducido a una de esas típicas situaciones hemingwayanas, en el contexto de la Guerra Civil Española.

Hemingway abordó esta novela con gran sentimiento y una profunda admiración hacia el pueblo español. Por quién doblan las campanas es el reflejo del impacto que produjo la guerra de España en el escritor; y que Hollywood (Paramount Pictures) comenzó a filmar en 1941, en Sierra Nevada, California. Los personajes centrales (María y Robert Jordan) encarnados esta vez por Ingrid Bergman y Gary Cooper.

La Habana, octubre del 2002

Hemingway: EL MÁS UNIVERSAL DE LOS ESCRITORES NORTEAMERICANOS

En su extensa obra, tres novelas deslizan sus tramas a través de espacios que tienen una relación con lo cubano: Tener o no tener, 1937; El viejo y el mar, 1952; y la novela que nunca publicó en vida: Islas en el golfo, 1970.

Extraído de La Jiribilla
Enrique Cirules
La Habana

El más universal de los escritores norte-americanos (Oak Park, Chicago, 1899-1961) comenzó a carenar en el archi-piélago cubano a partir de abril de 1928. Por entonces ya era un maestro en el manejo de las frases cortas, directas, verídicas, y había aprendido a desconfiar de los adjetivos. A construir en vez de describir, y a utilizar la palabra que es dable usar en cada momento; y a escribir sobre los temas que le eran más conocidos, para cincelar una prosa objetiva, cargada de intención, además de suprimir algunos elementos, a cambio de saber exactamente qué partes se omitían, sabiendo que lo suprimido era capaz de darle más fuerza y realce al relato, con el fin de que el lector experimentara la sensación de que algo en extremo significativo había desaparecido del texto.

Había aprendido también a resumir dentro de un párrafo todo lo que se necesita para conformar una buena historia; y sobre todo, lo esencial para un escritor: observar, o vivir, o participar de los acontecimientos, para con esa realidad, construir después una nueva realidad narrativa, literaria.

Durante la I Guerra Mundial, Hemingway estuvo en el frente italiano, como miembro de un cuerpo de ambulancias; y más tarde, como corresponsal de un periódico canadiense, había recorrido una buena parte de Europa. Instalado en París, también se hacía presente en los escenarios españoles. Es la época en que se encuentra enfrascado en conformar un estilo, con una manera muy propia de abordar la literatura. Después de haber escrito su novela Fiesta, (1925) con la que se adueñaba de toros, toreros y plazas, estaba en la revisión final de Adiós a las Armas; y ahora regresaba a América (no al territorio continental, sino a un pequeño cayo del sur de la Florida), con tres novelas, diez poemas y un montón de magistrales cuentos, que le permitieron ocupar de inmediato un lugar prominente en la literatura norteamericana.

Pero las investigaciones más recientes revelan que desde abril de 1929, cuando, a bordo del yate Anita, Hemingway hace su segunda escala en la capital cubana, con el ánimo de dedicarse a la pesca de la aguja, durante una semana, en la corriente del golfo, todo comienza a complicarse.

Se sabe que por esos días, en la capital cubana, conoció a una de las mujeres más fascinantes de la época, a Jane Mason, esposa de un magnate de la Pan American; y aquella semana de pesca, se convirtió en una estancia de más de dos meses, instalado en el Hotel Ambos Mundos, entre saraos, encuentros y festines, mientras revisaba las galeras de Muerte en la tarde.

En estos primeros años, durante la década del treinta, con sus continuos viajes a La Habana, para encontrarse con Jane Mason, Hemingway comienza a adueñarse de plazas, embarcaderos, calles y bares, cantinas y restaurantes, hoteles y sitios costeros, en los alrededores de la capital cubana, para crear uno de los más grandes mitos de la literatura, y no precisamente con sus libros, sino con esa presencia suya entre los cubanos. Hemingway, en Cuba, se convierte en uno de los más grandes mitos de la literatura universal.

Por entonces, en compañía de Jane Mason, inicia también sus navegaciones hacia la cayería de Romano. Incluso inaugura el famoso yate Pilar en un extenso periplo (de julio a octubre de 1934), a lo largo de la costa norte de la Isla, con recalos en cayo Guillermo, cayo Coco y Sabinal, visitas al faro de Maternillos, y estancias en la célebre ensenada de El Guincho, para abordar el tren del alba, y salir en busca de la mítica ciudad del Camagüey, ciudad de célebres guerreros y afamados poetas; con el ánimo de visitar otros parajes en esa extensa llanura, entre los que estaban el central Santa Marta; y los perdidos poblados de alemanes, norteamericanos y europeos.

Luego, en el hotel Ambos Mundos, con sus experiencias de la Guerra Civil Española, en octubre de 1938, Hemingway inicia la escritura de Por quién doblan las campanas; novela que concluye más tarde en Finca Vigía, cuando ya se encuentra definitivamente instalado en Cuba.

Algunos meses después, con el yate Pilar, inicia una de las más insólitas aventuras, hacia el Viejo Canal de Las Bahamas, en busca de los inquietantes submarinos alemanes que había penetrado en aguas del Caribe.

Es en esa colina de San Francisco de Paula, donde, el Premio Nobel (1954) también escribiría A través del río y entre los árboles, 1950; El viejo y el mar, 1952; París era una fiesta, 1960; y El jardín del Edén, entre otros.

En su extensa obra, tres novelas deslizan sus tramas a través de espacios que tienen una relación con lo cubano: Tener o no tener, 1937; El viejo y el mar, 1952; y la novela que nunca publicó en vida: Islas en el golfo, 1970.

El tema de esta última novela nos muestra una reveladora y peculiar visión de la realidad cubana; en una novela cuyo objetivo esencial es conducirnos a la persecución de submarinistas alemanes, a través de los paradisíacos entornos de la cayería de Romano.

Sin embargo, en tan pocas líneas no es posible ofrecer una visión totalizadora sobre su obra y su vida; ni tampoco realizar ninguna otra consideración alrededor de uno de los escritores que más han influido en la literatura del siglo XX. De un autor que nos dejó, como ningún otro, un conjunto de aleccionadoras reflexiones acerca de los misterios (de los mecanismos, de los procesos) de la creación literaria.

La Habana, noviembre de 2001.